Ambulantes se han adueñado del Centro de Lima de día y de noche.
Desde las primeras horas del día hasta la noche, el Centro de Lima se transforma en un escenario de descontrol y suciedad, donde la contaminación sonora y el caos son parte del paisaje diario. Desde temprano, vendedores informales ocupan las calles como los jirones Cusco, Puno, Ayacucho, Andahuaylas, Inambari y Paruro, ofreciendo una variedad de productos que van desde plásticos hasta alimentos preparados.
El mediodía trae consigo un incremento en la actividad comercial, especialmente cerca de la Calle Capón y el Mercado Central, donde la congestión es tal que caminar se vuelve casi imposible. Vendedores de frutas con megáfonos estridentes compiten por la atención, ofreciendo productos a precios muy bajos pero en condiciones cuestionables.
Por la noche, la situación empeora aún más. Los comerciantes expanden sus puestos por las calles y el puente Balta, vendiendo una variedad de productos que incluyen ropa, zapatillas y comida callejera como chanfainita y caldo de gallina. El bullicio y la ocupación del espacio público son constantes, dificultando el tránsito vehicular e incluso el paso de ambulancias en caso de emergencia.
A pesar de la presencia de serenos y policías, la falta de orden persiste, dejando a muchos residentes y trabajadores cuestionando las promesas de mejorar la calidad de vida en la capital. La pregunta sobre si esta es la imagen que Lima merece como centro neurálgico del país queda en el aire, mientras los desafíos urbanos continúan sin soluciones efectivas a la vista.